miércoles, 12 de agosto de 2009

La hija del mar (2009)

    Despegaba sus pies de la arena fría y suave para dar el siguiente paso, se sentía ansioso pero, aún así, disfrutaba su caminar lento y táctil, estratégico, aquellos pasos seguían las flechas del plan. Estaba aprovechando su primer y último momento para admirar la belleza sutil de la luna que solía ser imperceptible a sus ojos pero, ahora, lo obligaba a quedarse para siempre en ese estado de estimación total.
    Catriel llegó finalmente a la línea de espuma que lo llevaría a su destino infinito, aquella perla gigantesca lo continuaba vigilando sigilosamente desde allá arriba. Las raíces de su cuerpo se comenzaban a desprender de aquél manto silíceo para penetrar las aún no profundas aguas del mar. Su corazón bombeó despacio por un momento, aquellas cicatrices iban a por fin cerrarse, para siempre, y nada le causó más felicidad en toda su vida.
    El viento y la salinidad del mar en su pecho le ardían, sus heridas se abrasaban tan dolorosa y placenteramente. El amor que aquél ingenuo Catriel había alguna vez sentido por esa hija del mar, estaba ahora retornando en su ser y, ya abajo, se reencontró finalmente con su Ligeia.
    Ella doncella del océano y él hermano de la brisa y la tierra, juntos formando la fantasía más carente de cordura de la historia de sus vidas y de todas las demás, bailando como el fuego en el agua, sacando chispas de sus cuerpos escamados en un tono neutral. Eliminando toda posibilidad de manejar el tiempo, eternamente juntos estaban Ligeia y Catriel, rodeados de un banco de peces, más bien estrellas, que sólo adornaban aquella locura de amor.
    Sirena danzante ¿Cuándo dejaría de bailar de esa forma? Envolvente, lo sedujo hasta la fosa más profunda y oscura de los siete mares. Apnea, corazón callado.